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Una metáfora desconocida por Borges

En 1921, Borges publicó el primero de una serie textos dedicados a la metáfora, el último de los cuales sería el tema de una de sus Norton Lectures on Poetry en Harvard (1967-8). Estos textos comparte ideas recurrentes, entre las cuales acaso las más significativa sea una suerte de tesis cognitivista —y por tanto no retórica— de la metáfora, y la derivación poética de esta tesis: las metáforas efectivas son limitadas, y los poetas no han hecho sino ensayar variaciones. En tanto las metáforas se afincan en la percepción humana, “todas [las metáforas] podrían remitirse a unos pocos modelos elementales”.

En las Norton Lectures, empero, su conclusión es más favorable, al reconocer la posibilidad de no sólo emerjan nuevas metáforas, sino también nuevos modelos que permitan crear metáforas desconocidas.

Hoy me encontré con una metáfora curiosa, que aparece en un (mal) poemario publicado en México el mismo año que el artículo de Borges.

No me atrevería decir que esta metáfora postule un nuevo esquema cognitivo, pero sí me parece notable que en la serie de sustituciones que ésta realiza participe el arte figurativo y una metonimia material característica de un género artístico muy preciso.

Vayamos, sin más, a esta metáfora que aparece en el poemario El alma nueva de las cosas viejas de Alfonso Cravioto (México, 1921). El poema, dedicado a José Juan Tablada, baraja epítetos para el Marfil —”Prez de la Nao de China”; “nítido talisman de las evocaciones”—, pero la metáfora que llamó mi atención es la siguiente:

Carne del Crucifijo

Entiéndase: el marfil es carne de crucifijo.

La referencia es obvia, y remite a las tallas filipinas de marfil que, desde finales del siglo XVI, se volvieron artefactos litúrgicos y devocionales imprescindibles en Hispanoamérica y en España, donde figuran en capillas privadas, conventos, iglesias y catedrales.

Cristo filipino de Marfil, s. XVII

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