En alguna ocasión comencé un curso con un muestrario de textos clásicos sobre la curiosidad y la búsqueda del conocimiento, de la Metafísica de Aristóteles al prólogo del Evangelio de Lucas. En este blog he escrito también sobre la relación entre el saber y goce. En ambos casos, pasé por alto este bello pasaje de la epístola proemial que el erasmista Francisco de Támara añadió a su traducción del célebre De Invetoribus de Polidoro Virgilio (Venecia, 1499). Como se sabe, el De Inventoribus se presenta como un catálogo universal de los inventores de todas las ciencias y artes, aún sí de acuerdo al juicio lapidario del licenciado Basilio (Quijote, II, cap xxii), el humanista de Urbino pasó por alto aclarar “quién fue el primero que tuvo catarro en el mundo” y quién el primero en untarse ungüentos para la sífilis.
El pasaje de Támara se inserta, me parece, en otra tradición, que se remonta quizá a los Problemata pseudo-artistotélicos. Para Támara, la inopia, la ignorancia de las cosas, se vive como una zozobra.
Una y la mayor y mejor prueva (à mi parescer) que se puede traer (illustrissimo Señor) para demostrar y dar claramente a conoscer que nuestra anima es inmortal, y casi diuina, es ver que nuestro animo y entendimiento nunca se satisfaze de cosa deste mundo, nunca se harta, nunca se contenta, siempre esta hambriendo, siempre dessabrido, siempre descontento, continamente dessea mas, espera mas, procura mas. Y de aquí prouiene que nunca haze sino inquirir, investigar, ymaginar y pensar cosas nueuas inauditas, y nunca vistas, y en la inquisicion, inuencion y conozcimiento dellas, se macera y aflige, hasta que al fin acertando o errando, cayendo, o tropeçando, o como mejor puede, halla y alcança lo que quiere.1
Támara ofrece el gran invencionario de Polidoro Virgilio como un remedio efectivo para los espíritus inquietos, deseosos de escuchar cosas nuevas e inauditas.
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Polidoro Virgilio, De la inuencion y principio de todas las cosas, en la traducción de Francisco de Támara (Amberes, 1550). ↩